El primer catamarán del mundo con motores de gas natural salió a la mar desde Gijón. Una multitud espontánea se congregó en el espigón para una botadura histórica que el coronavirus dejó sin actos protocolarios, pero no sin relevancia. La Asturias real, que poco tiene que ver con el estereotipo que impregna muchos discursos, no anda falta de problemas, pero tampoco de iniciativa. Un sector naval sin complejos, obligado a reinventarse para sobrevivir, ha sabido situarse en la vanguardia marítima para superar con tecnología las ofertas a precios de saldo de sus competidores. La misma región que lleva veinte años debatiendo sobre su futuro tiene empresas capaces de construirlo. Tal vez porque, a diferencia de la política, quedarse en palabras no les sirve de nada.
El paraíso natural de los osos, y demasiadas veces de los tópicos, puede añadir el ‘Eleanor Roosevelt’ a la reciente fascinación española por un territorio que, contra pronóstico, hasta ahora ha sido capaz de contener al virus como pocas regiones en Europa. Tal vez cabe la esperanza de que en los despachos ministeriales dejen de vernos como un lugar idóneo para el veraneo, pero que vive a costa de las transfusiones de Madrid. Pero antes, convendría sacudirnos unos cuantos complejos. Tenemos razones para la autocrítica, pero también argumentos para la esperanza.
Fotografía: Juan Carlos Tuero