POLÍTICA DE MÍNIMOS

La crisis ha forjado políticos dispuestos a pregonar el discurso del ahorro, aunque reacios a asumir la responsabilidad de los impopulares ajustes. Antes que suprimir, mejor apretar, más defendible y menos notorio. La política del estrujón ha desvelado las abundantes nimiedades que desangraban las arcas públicas. Cada partido se ha esmerado en encontrar los gastos inútiles atribuibles a cualquier otra sigla para podarlos sin miramientos. Innecesario enumerarlos. Ya se ocuparán los candidatos a la Moncloa de recordarnos sus méritos durante una campaña electoral en la que se esperan más reproches que propuestas. Pero las administraciones también han empleado en demasiados ámbitos la tijera con la única prevención de que los recortes resultaran casi indoloros e imperceptibles a corto plazo. La recesión en la que continúan viviendo buena parte de los ciudadanos ha favorecido un clima de austeridad que atenúa las quejas y facilita aplicar el mismo rasero tanto a lo innecesario como a lo esencial siempre que los perjucios no sean evidentes de inmediato.
El paso de los años ha comenzado a poner de manifiesto las secuelas de emplear la misma vara de medir para las carreteras y la educación. Un euro es lo que las empresas que sirven los almuerzos en los comedores escolares de Asturias advierten que pueden dedicar a los alimentos de los 3,85 euros por menú que reciben. Así que la calidad se ha quedado en el «mínimo exigible», unos términos aceptables para hablar de la limpieza viaria, pero difíciles de digerir cuando se refieren a la comida infantil. Esta política de mínimos se ha aplicado igualmente en otros servicios públicos, como la sanidad, donde el tiempo ha permitido apreciar sus verdaderos efectos. Los médicos asturianos están cansados de que las plazas sean convocadas con cuentagotas. Y amenazan con una huelga ahora que la proximidad de los comicios acentúa la receptividad de los gobiernos. Los bomberos se han concentrado esta semana ante el Parlamento regional no como Dios les trajo al mundo, sino como aseguran que les ha dejado la Administración: en paños menores. Hartos de arriesgar el máximo y conformarse con menos de lo que consideran justo, reclaman mejoras. La Policía y la Guardia Civil aún no han llegado a manifestarse, pero los datos de criminalidad en Asturias, donde los robos en domicilios en las principales poblaciones han aumentado un 78% en el primer trimestre del año, han reabierto el debate sobre lo acertado de reducir las incorporaciones de nuevos agentes. A los funcionarios de Justicia sí se les ha agotado la paciencia. El pasado viernes guardaron una disciplinada cola para entregar por registro su amplia lista de agravios.
Ni siquiera el medio ambiente se ha librado de la perniciosa, pero frecuente costumbre, de intentar que los ciudadanos se acomoden a lo exiguo como necesario por inútil que resulte. La paralización de la estación depuradora del este de Gijón, tan ambiciosa como para empequeñecer a la ‘Plantona’ y con una tramitación tan endeble que el Tribunal Supremo ordenó la suspensión de unas obras ya terminadas, ha llevado a la Administración a reducir a un nivel ínfimo la depuración de las aguas residuales. Visto que la resolución judicial ordenaba detener de inmediato toda la actividad en las nuevas instalaciones, la Confederación Hidrográfica del Cantábrico asume que su cumplimiento suponga dejar los vertidos del colector a 2.400 metros de la costa con un simple desbastado. Sobre las consecuencias, sobran los detalles. Lo mínimo, en demasiados casos, se antoja tan insuficiente como inadmisible. Solo resultaría imprescindible como requisito para la lógica con la que se gasta el dinero público. Si no es mucho pedir…