La ponderación y el consenso resultan tan necesarios frente al cesarismo y la chapuza que solo un intolerante se atrevería a repudiarlos. Así que también pueden facilitar la coartada perfecta. Cuando un político tiene más interés en dilatar algo que en hacerlo suele encargar un plan. Con frecuencia, a un grupo de expertos o funcionarios difícil de apresurar y fácil de convencer. A poco que se cumplan ambas condiciones, entre la primera reunión y la entrega del dictamen bien puede agotarse una legislatura. En cuanto al consenso, nada mejor para ganar tiempo que supeditar a él cualquier decisión cuando se cree imposible de antemano. Los asturianos lo sabemos bien. Vivimos en una región donde mucho de lo proyectado y debatido acabó en nada. La variante de Pajares no ha sido una excepción. Por mucho que a estas alturas de siglo la planificación ferroviaria debiera darse por descontada, ningún gobierno se ha privado de elaborar su propio programa de infraestructuras. Cada uno de los ministros que ha llevado en su mano la cartera de Fomento desde que se puso la primera dovela en Lena ha planteado su propia solución sobre las vías con las que deberían equiparse los túneles. Si el inicio de la obra necesitó tres décadas de discusiones, a nadie le extrañe que algunos políticos asturianos estén dispuestos a debatir unos cuantos años más por dónde deben transitar las mercancías. Ya pueden ponerse los ingenieros, expertos en logística y funcionarios como quieran. Discursos no faltarán, aunque lo necesario para acabar la obra es dinero. Soluciones técnicas, incluso capaces de conjugar las dispares exigencias de los partidos, existen. Solo resta que el Gobierno esté dispuesto a pagarlas. De ello dependerá el momento en que los asturianos podamos viajar a Madrid sintiéndonos europeos.
Lo mismo ocurre con el plan de vías de Gijón, la actuación que permitirá a la ciudad más poblada de Asturias disponer de una estación que supere el atraso de recibir a los viajeros en el apeadero prefabricado más grande de España y una terminal de autobuses que de estación solo tiene los andenes y una taquilla. Tanto se ha debatido la solución que los cálculos para financiar el proyecto se han quedado desfasados.
El actual ministro de Fomento ha prometido que echará de nuevo las cuentas y que su departamento aportará los fondos necesarios para llevar a cabo el proyecto. Íñigo de la Serna se enfrenta al escepticismo enraizado en los muchos años de inútiles confrontaciones sobre el presupuesto, la financiación y hasta la altura de los edificios. El nuevo responsable ministerial aseguró en su visita a Gijón que está dispuesto a terminar lo empezado. A diferencia de otras ciudades que se han visto forzadas a renunciar a sus aspiraciones, dejar a Gijón con sus actuales equipamientos y un túnel que recorre la ciudad convertido en una gran cloaca supondría una frivolidad histórica. De la Serna ha pedido el tiempo necesario para realizar un nuevo estudio económico, pero sostiene que su compromiso con el proyecto es firme, que la ubicación de la estación está decidida y que su departamento pondrá los fondos necesarios para afrontar las obras. Si no fuera por los antecedentes, su postura no debería generar desconfianza. Pero los asturianos casi nos hemos resignado a que después de cada propuesta toca el aldeanismo de abrir un nuevo debate por mucho que se haya discutido antes. Si no por la ubicación de la terminal, será por cualquier otra cosa.
En esa situación, quienes gestionan el dinero público tienen la alternativa de asumir la responsabilidad de tomar decisiones o acomodarse en la justificación de esperar un consenso tan loable como utópico. Pero cuando el deseable acuerdo se convierte en una excusa, sus bondades se pervierten. De ahí que tantos ciudadanos oigan como pretextos incluso los argumentos cargados de razón. Para superar este círculo vicioso solo existe una solución. Que tras los estudios adecuados y los debates necesarios comiencen las obras. Y que una vez iniciadas, nuestros políticos piensen en terminarlas y no en quién se llevará el mérito. Hagamos un esfuerzo por ser optimistas. En todo caso, mejor esperar al lado de los ingenuos que de los mezquinos.