Avanza el estío con sus sofocos, inoportunas banderas rojas en las playas, colas para trepar al Urriellu y peregrinos en fila india camino de Santiago. Sosegado para los afortunados de sentirse turistas y frenético para muchos, cada vez más, que necesitan hacer su agosto para llegar a final de año. Al compás de sus propias canciones, efímeras unas, perennes otras. Canta Joaquín Sabina que lo niega todo, incluso la verdad, con notable éxito. Su cinismo rima tan bien que consuela. Suya debe ser la canción del verano cuando tantos están dispuestos a añadir sus propias estrofas. Mariano Rajoy, presidente y testigo, también negó ante el juez lo mucho que desde hace años le imputan sus adversarios políticos. El líder del PP dejó claro que lo suyo es la política y no las cuentas, que nunca supo nada de maletines ni corruptelas, que jamás entraron en su casa sueldos en sobres y que puso a Luis Bárcenas de patitas en la calle en cuanto le dijeron que el tesorero del PP tal vez tenía su propia caja para el dinero del partido. No se inmoló como esperaba la oposición, empeñada en convertir en imputado a quien testificaba, muy a su pesar, para aclarar los negocios que según el fiscal permitieron a unos cuantos hacerse muy ricos a costa de las siglas que gobiernan España.
Rajoy demostró que la experiencia sobre las tablas del parlamento sirve también para los interrogatorios judiciales y despachó a las acusaciones con respuestas tan imprecisas como que «hacemos lo que podemos significa exactamente lo que significa, hacemos lo que podemos». Tan cómodo pareció sentirse en la Audiencia Nacional que incluso se permitió reivindicar su ‘galleguismo’ y replicar desafiante al abogado Manuel Benítez de Lugo que se había confundido de testigo. No cantó Mariano Rajoy como esperaban muchos. Al presidente del PP le alcanzó con su oficio de fajador parlamentario y negarlo todo de principio a fin. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que pidieron su dimisión casi al unísono, han tenido que conformarse con ver por primera vez a un presidente del Gobierno sentado ante un juez. Para la izquierda, el trago por el que Rajoy se ha visto obligado a pasar ya supone un triunfo, aunque tal vez lo sea más para una justicia que ha tenido la ocasión de demostrar que puede ser igual para todos a pesar de las aparentes prisas del presidente de la sala por despachar el interrogatorio. La actuación de Rajoy se quedó en una cantinela, pero los populares mostraron su satisfacción con una ovación casi desproporcionada. Incluso parecieron arrepentirse de haber solicitado con tanta reiteración una declaración por videoconferencia para evitar los inconvenientes del paseíllo en directo. El hecho es que Rajoy se escapó vivo de sus acusadores rumbo a Galicia porque, guste o no, la carga de la prueba corre a cargo de la acusación, excepto que el investigado esté dispuesto a suicidarse.
Lo mismo ocurre en la política asturiana, que durante las últimas semanas ha visto al Gobierno autonómico reconstruirse tras la dimisión de dos consejeros y una reorganización de altos cargos justificada por la necesidad de dar un «nuevo impulso». La puerta abierta para que salieran quienes menos respaldaban la acción del Ejecutivo ha servido también para que entren políticos de mayor oficio y probada lealtad. Pero no existe parlamentario, ni siquiera en el PSOE, que no esté convencido de que el baile de direcciones generales responde al intento de solucionar los problemas de gestión detectados en las consejerías durante este mandato. Los nuevos nombramientos obedecen a la necesidad de corregir los desajustes de una estructura que no puede permitirse errores de bulto en minoría parlamentaria y ante la previsión de lo que se le puede venir encima. Tan evidente resulta que la oposición se ha apresurado a pedir dimisiones allá donde los cambios han señalado los problemas. El Ejecutivo se ha limitado a cerrar filas y, por supuesto, a negarlo todo. Con distintas letras, más o menos afortunadas, pero a un compás que los políticos veteranos de muchas refriegas interpretan de memoria, el que conviene tocar cuando lo que se necesita es ganar tiempo para sobrevivir a los ahogos del verano. O al menos, para tomarse unas vacaciones.