Un soplo del invierno ha bastado para dejar al aire las vergüenzas de las comunicaciones asturianas. Renfe ha tenido que fletar autobuses para que los pasajeros de sus trenes llegasen a León. Los viajeros han agradecido una alternativa que les ha evitado el agónico traqueteo por la rampa de Pajares, pero las mercancías esperaron casi una semana para cruzar el puerto. Los conductores han vuelto a chocarse con la nieve para salir de Asturias. En esa situación saben que no les queda otra que abonar el peaje del Huerna y confiar en que las quitanieves hagan su cometido. Bajo la amenaza del temporal, muchos han pretendido evitarse todas estas molestias con la más cómoda y costosa opción del avión. Un acierto hasta que apareció la niebla y dejó en evidencia la carencia de un sistema de aterrizaje guiado en el aeropuerto de Asturias, desactivado para su reparación. Quienes viajaban en los aviones desviados a Santander casi debieran sentirse afortunados en comparación con los ocupantes de los vuelos que regresaron a su aeropuerto de origen o que ni tan siquiera despegaron. No está en manos de nuestros políticos amainar las tormentas, pero sí gestionar las infraestructuras para impedir que la nieve o la niebla hagan que nos sintamos más nórdicos que peninsulares. El tiempo da para muchas conversaciones de ascensor, pero no sirve de coartada para justificar las penurias en el equipamiento de los aeropuertos, las líneas de ferrocarril decimonónicas y la imposición de un peaje para llegar a la Meseta por carretera.
Cabe esperar que en un tiempo prudencial funcione el famoso ILS para el aterrizaje de los aviones en circunstancias de escasa visibilidad y el Ministerio de Fomento ha prometido que en la próxima década viajaremos a Madrid en trenes de alta velocidad. Pero de la obligación de pasar por la caja en La Magdalena hace tiempo que nuestros políticos ni siquiera hablaban. El consejero de Infraestructuras, Fernando Lastra, ha sabido encontrar el momento. El Gobierno de Mariano Rajoy ha aprobado el rescate de ocho de las nueve autopistas españolas en quiebra. Tiene previsto gastar como mínimo dos mil millones en liquidar las deudas de las sociedades que las gestionan para hacer gratuitos cientos de kilómetros de carretera que ahora son de pago. La autopista del Huerna ha quedado fuera de este plan. La empresa que gestiona el único camino razonable para viajar al centro de España en coche en cualquier época del año ingresa más de cien mil euros de media al día y tiene licencia para seguir con este negocio hasta 2050. Hace dieciocho años, el Gobierno del PP aprobó ampliar la concesión, que expiraba en 2021, con la justificación de no aplicar el peaje en el tramo Onzonilla-Benavente. Los asturianos continuaron pagando en el lugar de siempre, pero no a una sociedad pública, sino a una empresa privada. La decisión originó una escandalera política y permitió a José Luis Rodríguez Zapatero convertir el rescate de la autopista en una de sus principales bazas electorales en Asturias. El entonces líder socialista incluso se sacó de la chistera la idea de construir una autovía que de verdad supusiera una alternativa razonable y gratuita, lo que nunca será una carretera de incomparables vistas pero que solo en la calidad del firme supera a una pista de montaña. La crisis sirvió de excusa para olvidarse del proyecto de la autovía, que muchos creyeron más bien un elemento de presión ante la empresa concesionaria del Huerna más que otra cosa, y dejó el prometido rescate en una rebajita de las tarifas de Aucalsa. Cada turismo paga ahora 13,15 euros. Los camiones y autobuses deben añadir un mínimo de 16,70 euros a los costes de cada trayecto. La fuerza de la costumbre llevó a los políticos asturianos a olvidar el agravio que supone un peaje casi forzoso. La memoria y el sentido de oportunidad le han servido al consejero para recordar que tal vez no debemos asumir como inmutable todo lo cotidiano. En algo tiene razón. Convendría que nuestros representantes hablasen menos témporas y más del peaje del Huerna.