José Andrés salió de Asturias con todo lo que tenía, que era bastante poco, y muchas ganas de trabajar para ganarse el pan y labrar su nombre en el exclusivo universo de las estrellas de la cocina. Con 21 años era un emigrante en Estados Unidos con más sueños que certezas. Con 49 es reconocido como una de las cien personas más influyentes del mundo. Ni en los peores momentos, cuando otros hubieran arrojado la toalla, ni cuando su prestigio le llevó a ser distinguido por la Casa Blanca, dejó de proclamarse asturiano antes que cualquier otra cosa. No queda menú ni entrevista que no sazone con unas gotas de asturianía. Gracias a él, la cocina de nuestra región ha disfrutado de una promoción internacional tan merecida como impagable. Porque allí donde puede, que es en todo el mundo, este mierense saca a relucir el Cabrales, los oricios, los salmones y la sidra con tanto orgullo que da la impresión de que cualquier región del mundo debería sentir envidia de nosotros. Hace tiempo que es mucho más que un cocinero famoso. Sus inquietudes sociales y su implicación sin reservas en todo lo que entiende como una causa justa le han llevado a convertirse en embajador de la ONU y a cantarle las cuarenta en sus narices al mismísimo Donald Trump. Ha logrado triunfar en la meca de los negocios sin poner en venta sus ideas y eso ha hecho de él un líder de opinión a escala planetaria. Y cada vez que puede deja que Asturias se beneficie de ello.
El programa que grabó junto al malogrado cocinero Anthony Bourdain, ‘Parts unknown’, no fue una excepción a su política de ofrecer a los americanos una saludable ración de asturianía. Por eso intentó grabar la subasta del campanu en Cornellana, un deseo frustrado por la mala suerte de que por primera vez en mucho tiempo ningún pescador logró sacar un salmón en los ríos del Occidente en la primera jornada de la temporada. Sí salió en el Sella, pero mover toda la producción de un programa a Cangas de Onís en un par de horas quedaba fuera de las posibilidades de José Andrés por más que se empeñó. El cocinero asturiano se quedó con la espina del campanu clavada, así que hace pocos días anunció que este año estaba dispuesto a donar seis mil euros a tres ONGs si el salmón se subastaba en Cornellana. Un propuesta –es lo que tiene José Andrés– que dio la vuelta al mundo en cuestión de minutos, que sentó mal a algunos en Cangas de Onís, donde reclaman su derecho a subastar el primer salmón del Sella y que nos demostró de nuevo lo fácil que resulta en Asturias caer en los agravios locales y perder la perspectiva. Además de ríos salmoneros, si algo tienen en común las llamadas alas de Asturias, la poética manera que encontramos para describir unos territorios a los que tantas veces se dejó de lado, son las dificultades. Que un personaje de la talla de José Andrés recite unos cuantos sitios que visitar en Asturias o le cuente al mundo que aquí aún tenemos salmones es un regalo para Cornellana y para Cangas de Onís. Porque es asturiano, José Andrés sabe apreciar nuestros salmones, y porque su nombre es una marca multinacional, es consciente de lo que supone para Asturias que él hable de ellos. Al contrario de muchos que viven con el resquemor de que su tierra no les rinda permanente homenaje, él parece empeñado en pagar una deuda con Asturias que no tiene. Y a diferencia de otros que intentan disfrazar su avaricia de generosidad, a José Andrés no le duelen prendas en proclamar que a él le gustaría ser el primero en lograr que los productos asturianos sean un negocio más allá de Pajares y de un autoconsumo menguante. De ese empeño y de la extraordinaria intuición para los negocios de este mierense internacional pueden beneficiarse tanto Cornellana como Cangas de Onís, que bien lo merecen. El ombliguismo que se lo dejen a otros, a los de siempre.