Los partidos esperan los resultados de las elecciones andaluzas con la misma ansiedad que los niños la noche de Reyes. Buena parte de la clase política nacional se ha pasado un mes acampada al sur de Despeñaperros en una campaña con más tintes nacionales que autonómicos, en la que han hablado más de Cataluña que del campo andaluz y durante la que los nuevos gurús del negocio electoral han ensayado todos los trucos de prestidigitación aprendidos en USA, que es donde están a la última en estos asuntos. Como muestra de lo que nos espera al resto, quédense con el empeño de la candidata socialista Susana Díaz por aprender todos los oficios posibles –ahora lo mismo despacha una hogaza andaluza que pela caquis–, el menú McDonalds de Pablo Casado, el empeño de Albert Rivera por enseñar a los andaluces el arte de la pesca y el ‘¿Andalucía pa cuándo?’, de Teresa Rodríguez, la candidata de la rama andaluza de Podemos que igual remeda a Jennifer López que les dedica a sus rivales una versión de Presuntos Implicados.
Los líderes nacionales sienten que se juegan mucho. Las elecciones andaluzas le servirán a Pedro Sánchez para tomar el pulso al paciente socialista tras la cirugía con la que ha extirpado a buena parte de la vieja guardia, aunque los méritos se los quede la baronesa del PSOE andaluz. Ciudadanos confía en asestar un zarpazo al PP que consolide a su jefe de filas como alternativa. Los populares esperan que el ‘efecto Casado’ consiga recuperar los votos que la corrupción, el declive de Mariano Rajoy y las disputas internas desperdigaron por otras siglas del centro a la derecha. Podemos ha planchado el traje de fiesta por si el resultado deja en sus manos la formación de gobierno. Y hasta las ardorosas huestes de Vox, que ya han celebrado su convención en un hotel como si hubieran ganado unas elecciones, anhelan el recuento para gritar que han llegado para quedarse.
Los políticos asturianos, que también echan sus cuentas con un ojo en su propia casa y otro en Andalucía, llevan más de un mes de letargo, con cita pendiente para consultar estrategias, elaborar programas, decidir quién encabezará las listas o ajustar cuentas. Cuestiones que dependerán del humor con el que sus líderes se despierten de la resaca electoral andaluza. De lo mucho que tengan que arriesgar o las fuerzas que les queden para meterse en berenjenales. Los problemas de Asturias serán los mismos y sus candidatos, igual de buenos o malos que hace un mes. «Pero todo depende de Andalucía», se cuchichea en los corrillos de la política regional. Es lo que nos queda.