Crecía como una planta trepadora, laboriosa e imparable, con tantas ramas que no resultó fácil de podar. Tal vez por eso el juez de instrucción número 2 de Badalona decidió bautizar como operación ‘Enredadera’ la investigación que obligó a la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la Policía Nacional a perseguir durante meses a los cabecillas y revisar cientos de contratos de una trama en la que una docena de empresas trabajaba en busca de negocios de toda índole. Los más sospechosos y rentables, los vinculados al control y la gestión del tráfico en grandes ciudades, aunque la diversidad de sociedades creada también permitía acceder a concursos de carreteras e incluso a la mejora de parques infantiles. La investigación quedó recogida en un sumario de diez mil folios donde los investigadores señalan al empresario leonés José Luis Ulibarri como cabecilla y desmenuzan la laboriosa tarea de sus colaboradores para comprar voluntades. La red plantó las hijuelas de su enredadera en setenta municipios, entre ellos Oviedo, donde el jefe de la Policía Local se encuentra entre los investigados. Pero sus aspiraciones en Asturias eran mucho más ambiciosas. Su objetivo prioritario eran los grandes ayuntamientos de la región y su plan de trabajo comenzaba por convencer a los responsables policiales y políticos de la necesidad de contar con sus servicios, que abarcaban desde los sistemas de control de tráfico a la gestión de los impuestos locales. Para animar a quienes debían tomar la decisión, los responsables de las empresas repartían agasajos sin distinción de siglas. Lo que hiciera falta con tal de que se convocase un concurso al que optar y conocer de antemano las condiciones para asegurarse la adjudicación. Según la Policía, el sistema resultaba tan rentable que sus cabecillas estaban dispuestos a mantener en nómina a quien tuviera la influencia suficiente para torcer a su favor las decisiones de las mesas de contratación. Hasta aquí, casi nada nuevo, por desgracia. La demostración de que el chanchullo sigue a la orden del día incluso después de que los escándalos agotaran hasta la indignación.
Al final, los pinchazos telefónicos confirmaron que bajo el complejo entramado societario se escondía un sofisticado y rentable método de corrupción. El contenido de las escuchas es tan ingenuamente pintoresco que invita a la sonrisa. La sofisticada mente que plantó la enredadera no contaba con la espontaneidad de unos secuaces que presumían por teléfono sin rubor de los regalos que repartían, alardeaban de sus contactos políticos y criticaban a los periodistas que habían destapado sus manejos. Tan locuaces eran algunos que en ocasiones sus jefes les afeaban su indiscreción. Pero el colorido follaje de esta enredadera no resulta tan peligroso como sus semillas. Si algo demuestra la investigación desarrollada por la Policía es lo sencillo que aún puede resultar amañar un concurso a poco que un político ponga de su parte o que un funcionario bien aleccionado se empeñe. En Asturias, los partidos han prometido leyes de transparencia más eficaces. La mayor parte de ellas continúan atascadas en el debate de su redacción. Con la legislatura a punto de agotarse, las normas no han pasado de borradores. Los corruptos, en cambio, no han perdido un minuto en ponerse al día. Y mientras los políticos se enzarzan en debatir la diferencia entre un obsequio y una dádiva, escudan sus carencias en el rigor de los funcionarios y se refugian en el discurso del ‘y tú más’, una trama de corrupción trabajaba sin descanso para controlar hasta las cámaras que deben vigilarnos a todos. Por lo que lograron hacer, más que por lo mucho que se atrevieron a decir, es necesario llegar hasta la verdadera raíz de esta enredadera.
Ilustración: Daniel Castaño